La Sierra Calderona: Alto de Rebalsadores

Las previsiones de tiempo no eran demasiado buenas, así que echamos a la mochila la ropa de lluvia y nos dirigimos hacia Serra, en el corazón del Parque Natural de la Sierra Calderona. Al llegar parecía que el hombre del tiempo se había vuelto a equivocar pero el transcurrir del día nos iba a demostrar que no era así, pero en ese momento el sol lucía con fuerza a pesar del frío y el caminar se presentaba agradable.

Salimos del pueblo en dirección norte, dejando pronto la carretera para coger una pista de tierra en cuyo comienzo había un curioso cartel limitando la velocidad a treinta kilómetros por hora con un leyenda avisando que estaba ¡controlada por radar! Entre risas comenzamos el suave ascenso hasta encontrarnos con una senda que nos introdujo en la espesura. Poco a poco, conforme ganábamos altura, el paisaje se fue ampliando y pudimos admirar toda la plana de Valencia.

Tras varios desvíos llegamos al mirador del Alto de Rebalsadores, desde el cual se acontempla el Golfo de Valencia junto a la Sierra de Aitana y el Espadán. En la distancia, hacia el norte, se intuía el Penyagolosa y la zona de Els Ports y, cómo no, los cercanos Garbí y Alt del Pí.

Continuamos caminando por lo más alto de la sierra contemplando el pelado paisaje que en otros tiempos estuvo cubierto de pinos y fue zona de veraneo exclusiva de la burguesía valenciana. Ahora, el matorral lo cubría todo, permitiendo, por otra parte, contemplar un amplio paisaje. El Mar Mediterráneo se extendía ante nosotros y, en la lejanía, hacia el sur, se adivinaban el Montgó y el cabo de San Vicente, adentrándose en el azul como queriendo tocar las islas que se escondían tras la bruma.

Un pequeño tentempié al resguardo del aire que soplaba, no demasiado fuerte pero si frío, y continuamos el camino descendiendo hacia el valle a los pies del Garbí. Poco a poco la perspectiva se iba reduciendo y el bosque nos envolvía dando otro aspecto a nuestro camino. Tras un quiebro del camino nos adentramos en un barranco que se fue estrechando y cubriendo de vegetación un poco más alta. Algunos pinos lucían su corteza con unos tonos negros mostrando qué poco les había faltado para correr el mismo destino que sus antiguos compañeros. Algunas viejas terrazas de cultivo abandonadas todavía se encontraban pobladas por especies a las que el hombre a favorecido por los recursos que le suministraban. Algarrobos, olivos y almendros se alternaban entre el matorral que todo lo cubría y gracias al cual la lluvia, con las formas torrenciales que adopta en estos parajes, no se lleva la tierra, arenosa y suelta, propia de estas montañas. Ésta, la lluvia, vino a hacernos compañía en estos últimos tramos del camino y, aunque no fue muy copiosa, hizo buena las previsiones meteorológicas y el haber cargado con la ropa de lluvia.

Sin dificultades dignas de mención alcanzamos la Font del Marianet y, desde ella, por la carretera, retornamos de nuevo a Serra, donde premiamos nuestros esfuerzos con unas cervezas tan frías como el tiempo