Espadán y el Barranco del Agua Negra

Era una fría mañana de finales de Enero pero el sol lucía con fuerza y calentaba nuestros cuerpos un poco helados antes de comenzar la caminata. Ésta comenzaba en una zona de picnic situada junto a un arroyo. Tras atravesarlo y subir una empinada cuesta alcanzamos unas construcciones en las que el camino se dividía en dos. Continuamos por la izquierda siendo el camino de la derecha el que nos traería de vuelta al final de la jornada.


El camino asciende suavemente hasta alcanzar una pista, la cual se abandona pronto para tomar un empinado sendero que sigue el cauce del barranco que recoge las aguas del Espadán y que se encuentra rodeado de un hermoso bosque de alcornoques, algunos despojados de su corteza, ya que es ésta zona de fabricación de corcho desde lejanos tiempos. Esta práctica le da un punto un tanto surrealista al paisaje, como si los árboles estuvieran desnudos y hubieran decorado sus cuerpos con rojas pinturas de guerra, tal vez dispuestos a defender uno de los últimos reductos de bosque mediterráneo donde todavía se les permite habitar a estos amigos que nos han ayudado a preservar, en forma de tapones, esos deliciosos caldos a los que los seres humanos somos tan aficionados.


Mientras ascendemos la nieve comienza a hacer su aparición. Días atrás cayó con abundancia pero ahora sólo quedan cuatro o cinco dedos. De todas formas hay que andar con cuidado ya que en algunos puntos se encuentra absolutamente helada. La belleza del paisaje nevado, poblado por árboles que no es habitual ver en estas situaciones, es extrema. Las ramas de alcornoques y encinas, coronadas de blanco, enmarcan, detrás de ellas, toda la llanura litoral y su mar, como otro extraño invitado, se deja ver en todo su esplendor gracias a la luz de un día excepcional.


Al poco tiempo alcanzamos el vértice geodésico que marca una de las dos cimas hermanas del Espadán. La otra, más al Este, nos invita a ascenderla para alcanzar la cota más alta de este pico, cosa que hacemos tras comernos el bien merecido bocata. La nieve, o más bien el hielo, dificulta un poco los últimos pasos antes de la cima, desde donde contemplamos un hermoso panorama que abarca desde el Penyagolosa hasta la lejana Sierra de Aitana, pasando por el Javalambre y el Cabezo, jalonado todo por numerosos pueblecitos y con el mar Mediterráneo como fondo perfecto para tan hermoso cuadro.


Desde la cima parte un camino que llega al cercano pueblo de Ain, pero nosotros regresamos sobre nuestros pasos en busca del desvío que nos llevará hasta la pista que abandonamos para adentrarnos en el barranco. Los alcornoques siguen siendo el árbol más numeroso y algunos alcanza por este lado dimensiones espectaculares, colgando literalmente sobre los márgenes o bien asentados en terrazas construidas por las manos de los hombres, que llevan cuidándolos cientos de años. Reflexiono sobre esa dualidad tan propia de la humanidad que nos convierte, por un lado, en jardineros fieles y dedicados y, por otro, en crueles asesinos de tanta belleza.


Al poco tiempo nos encontramos al borde de la pista, donde ésta abandona las laderas soleadas y se adentra en la fría umbría, la fuente de La Parra. El hielo la rodea a pesar de la avanzada hora del día y hay que mirar dónde se pisa si no se quiere representar una cómica escena. Cargamos agua y seguimos un poco más adelante para alcanzar el desvío que nos introduce definitivamente en el barranco del Agua Negra. El sol no llega aquí abajo y la humedad reinante convierte algunos pasos en resbaladizas trampas, pero el frío es compensado con creces por el hermoso paisaje. El barranco va saltando de roca en roca y nosotros seguimos su curso, unas veces por un lado, otras por el otro, cruzando por precarios vados debido a lo crecido del caudal. El fondo del riachuelo está cubierto por la arcilla oscura que éste va arrancando de las laderas que lo circunscriben y que da a sus aguas un profundo tono oscuro, incrementado por la poca luz que recibe del oculto sol. Así, entre los algarrobos y los líquenes y mohos que habitan las paredes de roca, alcanzamos la base de las casas desde las que comenzamos nuestra ruta circular y, en poco tiempo, llegamos a la zona recreativa al lado de la cual dejamos el coche. Allí aprovechamos los últimos rayos de sol para calentarnos y expulsar de nuestros cuerpos el frío que se había agarrado a ellos después de tanto rato caminando por la fría umbría.


Hermosa caminata que nos mostró el mismísimo corazón de esta amenazada sierra. Esperemos que sepamos cuidarla y preservarla para el disfrute de futuros caminantes y, cómo no, de los habitantes de estos escondidos pueblos.

La Sierra Calderona: Alto de Rebalsadores

Las previsiones de tiempo no eran demasiado buenas, así que echamos a la mochila la ropa de lluvia y nos dirigimos hacia Serra, en el corazón del Parque Natural de la Sierra Calderona. Al llegar parecía que el hombre del tiempo se había vuelto a equivocar pero el transcurrir del día nos iba a demostrar que no era así, pero en ese momento el sol lucía con fuerza a pesar del frío y el caminar se presentaba agradable.

Salimos del pueblo en dirección norte, dejando pronto la carretera para coger una pista de tierra en cuyo comienzo había un curioso cartel limitando la velocidad a treinta kilómetros por hora con un leyenda avisando que estaba ¡controlada por radar! Entre risas comenzamos el suave ascenso hasta encontrarnos con una senda que nos introdujo en la espesura. Poco a poco, conforme ganábamos altura, el paisaje se fue ampliando y pudimos admirar toda la plana de Valencia.

Tras varios desvíos llegamos al mirador del Alto de Rebalsadores, desde el cual se acontempla el Golfo de Valencia junto a la Sierra de Aitana y el Espadán. En la distancia, hacia el norte, se intuía el Penyagolosa y la zona de Els Ports y, cómo no, los cercanos Garbí y Alt del Pí.

Continuamos caminando por lo más alto de la sierra contemplando el pelado paisaje que en otros tiempos estuvo cubierto de pinos y fue zona de veraneo exclusiva de la burguesía valenciana. Ahora, el matorral lo cubría todo, permitiendo, por otra parte, contemplar un amplio paisaje. El Mar Mediterráneo se extendía ante nosotros y, en la lejanía, hacia el sur, se adivinaban el Montgó y el cabo de San Vicente, adentrándose en el azul como queriendo tocar las islas que se escondían tras la bruma.

Un pequeño tentempié al resguardo del aire que soplaba, no demasiado fuerte pero si frío, y continuamos el camino descendiendo hacia el valle a los pies del Garbí. Poco a poco la perspectiva se iba reduciendo y el bosque nos envolvía dando otro aspecto a nuestro camino. Tras un quiebro del camino nos adentramos en un barranco que se fue estrechando y cubriendo de vegetación un poco más alta. Algunos pinos lucían su corteza con unos tonos negros mostrando qué poco les había faltado para correr el mismo destino que sus antiguos compañeros. Algunas viejas terrazas de cultivo abandonadas todavía se encontraban pobladas por especies a las que el hombre a favorecido por los recursos que le suministraban. Algarrobos, olivos y almendros se alternaban entre el matorral que todo lo cubría y gracias al cual la lluvia, con las formas torrenciales que adopta en estos parajes, no se lleva la tierra, arenosa y suelta, propia de estas montañas. Ésta, la lluvia, vino a hacernos compañía en estos últimos tramos del camino y, aunque no fue muy copiosa, hizo buena las previsiones meteorológicas y el haber cargado con la ropa de lluvia.

Sin dificultades dignas de mención alcanzamos la Font del Marianet y, desde ella, por la carretera, retornamos de nuevo a Serra, donde premiamos nuestros esfuerzos con unas cervezas tan frías como el tiempo