Un paseo por la Vall de Boí

El día se despertó ofreciéndonos una preciosa nevada. No hacia viento y los copos caían con esa placidez que nos transporta a otro mundo, un mundo más silencioso y sosegado. Decidimos que era el día perfecto para un paseo con raquetas por el camino que se adentra hacía Aigüestortes desde cerca de Caldes de Boí.

Nos pertrechamos y partimos sin mucha ceremonia hacía el comienzo de la caminata. Dejamos el coche ya cerca de la primera barrera del Parque Nacional, donde la nieve se empezaba a acumular en la carretera. Nos calzamos las raquetas y comenzamos a caminar por la ancha pista de acceso. La nieve caía a nuestro al rededor pausadamente y de la misma forma nos movíamos nosotros a través de ella, con calma y escuchando su crujido bajo nuestros pies, ese sonido especial que hace de caminar sobre la nieve recién caída una experiencia mágica.

El paisaje alrededor parecía una fotografía en blanco y negro, sólo nuestros coloridos atuendos de montaña rompían la tónica general. La nieve era dueña de todo y sólo unos pocos abetos se atrevían a conservar sus hojas en medio del crudo invierno, dotando a la película del contraste adecuado. Los demás árboles (hayas, abedules, arces...) hacía ya tiempo que las habían perdido y exhibían sus esqueletos helados que ocupaban toda la parte baja del valle. El bosque estaba a la espera, dormido, atento a la retirada de la nieve para comenzar su febril actividad primaveral. Mientras tanto nosotros aprovechábamos estos momentos para conocer otra cara de este mundo, su cara menos amable pero también hermosa y única.

El camino de vuelta lo hicimos por una estrecha senda que atravesaba el bosque por la margen izquierda del río. El boj crecía en tupidos setos a ambos lados del camino y los árboles cubiertos de nieve formaban un túnel helado a través del cual avanzábamos hundiéndonos en el grueso manto que cubría todo lo que la vista alcanzaba. La nieve era tan poco compacta que cada paso suponía hundirse en ella alrededor de medio metro, a pesar de calzar raquetas. Caminar sin ellas hubiera sido una dura tarea.

De esta forma, caminando a media ladera entre las cumbres y el río y disfrutando de todas las sensaciones que el mundo a nuestro alrededor nos ofrecía tan generosamente, llegamos, sin más problema, al control de entrada al parque, cerca de donde se hallaba el coche.

Precioso valle, gran momento.