El Mar Rojo (I)

Comienzan los días de buceo en este espectacular mar. La primera ha sido un inmersión tranquilita en la que “sólo” hemos bajado a 27 metros. La fauna es realmente alucinante. No hemos hecho más que salir del puerto y ya hemos visto una raya moteada, un pez león y un sinfín más de bichos de los que ni conozco el nombre. El grupo, como me parece que es normal en estos viajes, es bastante variopinto. Parejitas, solitarios, grupitos... Pero en general la gente parece maja y, como mínimo tienen un interés común. Veremos cómo se va desarrollando todo.

La vida en el barco es bastante sencilla, poco más que bucear, comer y contemplar el mar con las montañas del Sinaí al fondo. En este momento nos encontramos en el Golfo de Akhaba (¿os acordáis de Lwarence de Arabia?) y el mar se encuentra muy tranquilo. Supongo que en este cerrado brazo de mar sólo se moverán las olas si sopla del Sudoeste. Aún así la segunda inmersión la hemos hecho con corriente, eso sí, a favor. No había más que dejarse llevar por ella a lo largo del arrecife y disfrutar de lo que se iba cruzando en nuestro camino. Los peces payaso, cofre, mariposa... lo llenaban todo de color y, para darle el toque espectacular al cuadro, un pez Napoleón y una manta raya nos han deleitado con su presencia. Según los expertos “no eran muy grandes”, a mí me han parecido enormes. Es lo que pasa cuando se es novato en estas lides.

El Cairo (y II)

La visita a esta ciudad es una auténtica aventura. Lo comprobaréis enseguida, e cuanto cojáis un simple taxi. Aquí los taxímetros no funcionan nunca, la gente ya conoce el precio del trayecto de un punto a otro de la ciudad y simplemente para al taxista y le comunica su destino. Si a este le viene bien la dirección le hace subir y al final le recoge el dinero. El taxista recogerá a más gente por el trayecto si la dirección coincide. Alguna vez puede haber alguna diferencia de opinión sobre el precio de la carrera, pero no es habitual. Para vosotros, sin embargo, simples y descarriados turistas, esta forma de funcionar os supondrá un problema. deberéis discutir el precio de la carrera antes de subiros al taxi porque, si no, os espera una acalorada discusión al llegar a vuestro destino. Es bastante normal que el precio de la carrera desde el aeropuerto al hotel sea prácticamente el doble que el precio del hotel al aeropuerto. Como se suele decir, las novatadas se pagan, aunque esta novatada sólo os costara dos o tres euritos, algo bastante trivial para vosotros pero un buen dinerito para ellos.


Aún a pesar de todo esto, el taxi es uno de los métodos de transporte más recomendables. Solamente el metro puede resultar una alternativa, como forma de sortear los continuos atascos, siempre que estéis dispuestos a soportar las estrecheces que los transportes públicos comunitarios conllevan en esta multitudinaria ciudad. Los autobuses, además de ser tanto o más multitudinarios, tienen el mismo problema que el taxi, los atascos, con el añadido de que su tamaño les impide moverse con la misma agilidad.


En fin, lo importante para moverse por El Cairo es evitar las horas punta, cosa que no es nada fácil en una ciudad en la que a cualquier hora hay millones de personas desplazándose de un sitio a otro.

El Cairo (I)

Desde el frío invierno nos hemos trasladado a las cálidas temperaturas del Cairo. El desierto nos rodea pero esta ciudad vive dentro de sí misma. Millones de personas se agolpan en ella conviviendo dentro de un caos que parece la vaya a colapsar en cualquier momento. Miles de coches circulan ajenos a cualquier norma de circulación e incluso de prudencia. Sus calles son hervideros en los que se cuece una especial alquimia que a los ordenados europeos nos parece imposible. No entendemos como son capaces de sobrevivir inmersos en esta enorme metrópoli donde nadie parece preocuparse por nadie. Quizá sea su carácter individualista o, simplemente, el hecho de que a esta ciudad acuden todos los desheredados del resto del país a buscar su oportunidad lo que hace que nada parezca estable ni duradero. La contaminación cubre con sus manto gris las casas y los monumentos de un pasado milenario que recuerdan a nuestras escépticas miradas que ésta es la cuna de la civilización, que cuando los europeos no eramos más que un puñado de tribus bárbaras en esta parte del mundo existía una cultura que fue capaz de construir estructuras que todavía cuatro milenios después siguen causándonos asombro. Pasear a la sombra de las pirámides, observando los enormes bloques de los que están construidas, pregutándonos cómo fue posible que aquella primitiva gente pudiera transportarlos no es menos misterioso que pasear por su gran zoco, en medio del barullo y el trasiego de gente, y saber que esto ha sido así desde tiempos inmemoriales. No puedo dejar de imaginarme qué pensarían Alejandro Magno o Marco Antonio o, siglos más tarde, Napoleón al llegar como conquistadores a este pueblo que ya se encontraba en decadencia cuando Europa tan sólo comenzaba a ser. Hoy en día es una ciudad musulmana en su mayoría, aunque en ella todavía habita una de las confesiones cristianas más antiguas que existen, los Coptos, que ya habitaban estas tierras cuando en europa practicamente no habíamos oido hablar de él.

La llegada a esta ciudad es impresionante. El camino desde el aeropuerto hasta el centro ya deja boquiabierto a cualquiera, por muy avezado viajero que se sea. Un sinfín de coches se entrecruzan en sus amplias avenidas y las carreteras elevadas pasan a escasos metros de las ventanas abiertas de los edificios, dando la sensación de casi poder saludar a la gente que vive dentro.

Una vez en el centro nos encontraremos rodeados de cientos de personas prácticamente a cualquier hora del día. El bullicio, el continuo bramar de los claxons, las miradas curiosas a nuestro alrededor y el saludo de los desconocidos que nos dan la bienvenida a su querida ciudad es algo que irá calando en el viajero, haciendo evolucionar nuestro estupor original hacia un entrañable apego por esta ciudad imposible. Nada hay en el mundo comparable. Ninguna ciudad que encontremos será como esta, aunque esto os suene a perogrullada. El Cairo, la milenaria, la ciudad de los mil minaretes que gritan a los cuatro vientos sus oraciones, la señora del Nilo, es, sin lugar a dudas, una de las cunas de la civilización pero, también, un ejemplo perfecto de lo que la humanidad es y ha sido y, creo, de lo que será.