El Mar Rojo (y IV)

El viaje toca a su fin. Los equipos yacen sobre la cubierta del Carlton como cadáveres de extraños peces. La gente va recogiendo sus cosas con esa cansina actitud que evidencia sus pocas ganas de irse. Han sido días especiales, mágicos, viviendo a caballo entre dos mundos, esperando el momento de volver a sumergirse.

La mayoría de nosotros nunca había pasado tanto tiempo buceando en tan corto periodo. Todos hemos aprendido, en mayor o menor medida, a bucear mejor, pero lo que seguro que hemos aprendido es a amar a ese mundo subyacente, oculto de la mirada. Habrá quien no vuelva a bucear más en toda su vida (este deporte no es sencillo y no todo el mundo está dispuesto al esfuerzo que exige) pero eso no evitará que recuerde estas jornadas entre las más hermosas de su vida y, algún día de ese ficticio futuro, las evoque como una de las aventuras de su vida.

Aquí se quedará el Mar Rojo, donde ha estado siempre, incrustado entre esos dos enormes continentes, repleto de una vida que rezuma por todos los poros de su rocoso fondo y yace sobre y bajo sus arenas. Nosotros volveremos a nuestras extrañas rutinas, tan alejadas de ésta y de cualquier naturaleza, soportándolas, quizá, gracias a estos breves días en que la vida fue vida y nos sentimos un poco exploradores, nos creímos pioneros traídos de una época pasada a este mundo presente en el que nos creemos que todo lo tenemos sabido.

El Mar Rojo (III)

Este mar nuca deja de sorprenderte. Cuando creías que no podría superarse a sí mismo, lo vuelve a hacer. Detrás de una roca, tras un coral de abanico o en medio de un banco de arena vuelve a aparecer lo increíble o, simplemente, lo que no esperabas ver en tu vida.

Lo mismo es un Pez Payaso que golpea con “ferocidad” tus gafas cuando te acercas a mirar de cerca su casa, sea ésta una anémona o una caracola abandonada, o un pequeño Pez Pipa, una especie de Caballito de Mar alargado y transparente, o un enorme Napoleón, nadando majestuoso a tu lado, o un Pez Cirujano, más pequeño pero más colorido y armado en su cola con poderosos espolones que usa para defenderse, o, cuando ya te lo esperas todo y piensas que estás preparado para lo que venga, en ese momento, sobre el fondo arenoso, encuentra parado en toda su majestuosidad a un Tiburón Leopardo, tomando con calma su sesión de limpieza. Allí, delante de tí, pobre mortal que no perteneces a este mundo, simple invitado al que nadie invitó, está uno de los grandes señores de los mares. Un ser cuya especie lleva nadando en los mares desde mucho antes incluso de que nuestros antepasados fueran más que pequeños mamíferos parecidos a las musarañas que se escondían de las patas de los grandes dinosaurios.

Luego subes a la superficie y miras a tu alrededor. El sol ya se está poniendo tras las primeras montañas de las costa africana, a tus espaldas, las montañas del Sinaí en cuyas costas anclamos. El árido mundo que es la realidad para nosotros, terrestres animales, pero que posee también su singular atractivo, sobre todo cuando se encuentra uno en las aguas que separan dos continentes y tres mundos: África, Asia y este otro mundo acuático y oculto sobre el que flotamos y en el que, a veces, nos sumergimos.

El Mar Rojo (II)

Contraste. Esa es la palabra que define este lugar. En medio del mar, rodeado por todas partes por un árido desierto de montañas peladas de piedra roja, se encuentra una de las mayores concentraciones de vida del planeta. Es inimaginable la cantidad de especies distintas que se encuentran bajo las aguas de este mar. Miles de formas distintas flotan a nuestro alrededor y cubren todos los rincones. El coral forma enormes colonias en las que se dan cita Peces Loro, Cocodrilo, Luna, León, Mariposa, Napoleón, Ballesta... La cantidad es tal que parece que estemos buceando en un acuario. Bosques de Gorgonias y Coral de Fuego junto al Coral de Mesa. Los corales blandos y las anémonas defendidas por los valientes Peces Payaso, que no dudarán en atacarte si te acercas a su “amiga”. Un sinfín de escenas, un sinfín de fotografías que perdurarán en nuestra memoria por largo tiempo.

Los arrecifes, objeto de nuestras inmersiones, son, por el contrario, un peligro constante para la navegación en esta zona. Casi todos ellos están marcados no sólo con pequeños faros sino también con los restos de algún naufragio. Barcos que acabaron allí sus días a causa de alguna historia, unas veces truculenta, otras, sencillamente, graciosa. Desde el capitán borracho, pasando por aquel otro que se peleó con su segundo (según cuentan a causa de la mujer del primero), hasta los macabros esqueletos de la guerra llenos de material bélico que se encuentran a cierta profundidad.

Nada le falta a este fondo marino, como si dotándolo de tanta diversidad y colorido se hubiera intentado compensar el monocrómico desierto que lo rodea casi por todas sus partes.