El Mar Rojo (y IV)

El viaje toca a su fin. Los equipos yacen sobre la cubierta del Carlton como cadáveres de extraños peces. La gente va recogiendo sus cosas con esa cansina actitud que evidencia sus pocas ganas de irse. Han sido días especiales, mágicos, viviendo a caballo entre dos mundos, esperando el momento de volver a sumergirse.

La mayoría de nosotros nunca había pasado tanto tiempo buceando en tan corto periodo. Todos hemos aprendido, en mayor o menor medida, a bucear mejor, pero lo que seguro que hemos aprendido es a amar a ese mundo subyacente, oculto de la mirada. Habrá quien no vuelva a bucear más en toda su vida (este deporte no es sencillo y no todo el mundo está dispuesto al esfuerzo que exige) pero eso no evitará que recuerde estas jornadas entre las más hermosas de su vida y, algún día de ese ficticio futuro, las evoque como una de las aventuras de su vida.

Aquí se quedará el Mar Rojo, donde ha estado siempre, incrustado entre esos dos enormes continentes, repleto de una vida que rezuma por todos los poros de su rocoso fondo y yace sobre y bajo sus arenas. Nosotros volveremos a nuestras extrañas rutinas, tan alejadas de ésta y de cualquier naturaleza, soportándolas, quizá, gracias a estos breves días en que la vida fue vida y nos sentimos un poco exploradores, nos creímos pioneros traídos de una época pasada a este mundo presente en el que nos creemos que todo lo tenemos sabido.

No hay comentarios: