El Mar Rojo (III)

Este mar nuca deja de sorprenderte. Cuando creías que no podría superarse a sí mismo, lo vuelve a hacer. Detrás de una roca, tras un coral de abanico o en medio de un banco de arena vuelve a aparecer lo increíble o, simplemente, lo que no esperabas ver en tu vida.

Lo mismo es un Pez Payaso que golpea con “ferocidad” tus gafas cuando te acercas a mirar de cerca su casa, sea ésta una anémona o una caracola abandonada, o un pequeño Pez Pipa, una especie de Caballito de Mar alargado y transparente, o un enorme Napoleón, nadando majestuoso a tu lado, o un Pez Cirujano, más pequeño pero más colorido y armado en su cola con poderosos espolones que usa para defenderse, o, cuando ya te lo esperas todo y piensas que estás preparado para lo que venga, en ese momento, sobre el fondo arenoso, encuentra parado en toda su majestuosidad a un Tiburón Leopardo, tomando con calma su sesión de limpieza. Allí, delante de tí, pobre mortal que no perteneces a este mundo, simple invitado al que nadie invitó, está uno de los grandes señores de los mares. Un ser cuya especie lleva nadando en los mares desde mucho antes incluso de que nuestros antepasados fueran más que pequeños mamíferos parecidos a las musarañas que se escondían de las patas de los grandes dinosaurios.

Luego subes a la superficie y miras a tu alrededor. El sol ya se está poniendo tras las primeras montañas de las costa africana, a tus espaldas, las montañas del Sinaí en cuyas costas anclamos. El árido mundo que es la realidad para nosotros, terrestres animales, pero que posee también su singular atractivo, sobre todo cuando se encuentra uno en las aguas que separan dos continentes y tres mundos: África, Asia y este otro mundo acuático y oculto sobre el que flotamos y en el que, a veces, nos sumergimos.

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